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        LA PROPAGACIÓN DEL CABALLO EN AMÉRICA

 


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SONDEOS DE OPINIÓN

 

Sep. 12 de 2002, a las 04:38 PM.

 


Por D. Justo L. del Río Moreno

Licenciado en Historia y Doctor en Historia de América.


Símbolo de prestigio, arma guerrera, utensilio insustituible en el trabajo y medio de transporte, el Caballo Español recorrió la Ruta del Descubrimiento casi al mismo tiempo que Cristóbal Colón la trazara. Más valioso que el propio oro, nuestro caballo fue objeto de contrabando y especulación.
Así lo relata Justo del Río en este trabajo extraído de su tesis "Inicios de la agricultura y la ganadería en el Nuevo Mundo".
Los primeros caballos que llegaron a América fueron trasbordados por Cristóbal Colón en su segundo viaje. Antes de partir don Cristóbal, el 25 de Septiembre de 1493, los Reyes Católicos escribieron a su secretario Fernando de Zafra para que escogiese veinte lanzas jinetas junto a cinco "dobladuras" hembras de entre la gente de la Santa Hermandad que estaba en Granada. Era costumbre entre los hombres de armas cabalgar en caballos enteros, mientras que por "dobladura" se entendía una montura de repuesto para el caso de que cediese a la primera. Ahora bien, no fueron estos los únicos équidos que salieron de Andalucía en 1493; entre las 1.500 personas embarcadas, algunos llevaron sus propios animales. Andrés Bernáldez, cuya relación con el Almirante fue muy directa, cita un total de 24 caballos y 10 yeguas. Es decir, nueve ejemplares serían aportados por algunos de los personajes más importantes que acompañaron al Descubridor.

Con todo, los briosos corceles exhibidos en el alarde de Sevilla fueron mutados por unos "pencos matolones" que llegaron muy flacos y maltratados por el viaje. Colón no tuvo más remedio que quejarse a los monarcas del cambio que hicieron los escuderos.

Los equinos eran necesarios no sólo para la defensa de la isla, también para el arado de la tierra y el transporte de los materiales necesarios a las nuevas construcciones. Por ello, con posterioridad, se sucedieron los envíos. En el memorial dado en Arévalo a Fonseca se incluían doce yeguas. Algo después, Colón solicitó con Antonio Torres seis animales más, mientras que Juan de Aguado transportaba siete yeguas procedentes de Sevilla, Carmona e Hinojos.
Poco a poco, se fue formando la primera yeguada americana. A pesar de ello, los animales tuvieron que soportar múltiples problemas, desde las enfermedades propias del trópico hasta el robo ejecutado por el rebelde Roldán y sus secuaces.
Los informes enviados a la Corte hacia 1496-1497 demostraban que la finalidad esencial del mantenimiento de caballos estaba cumplida, con los veinte ejemplares que había en la isla se podía defender la colonia española de cualquier atacante. Con todo, eran necesarios más animales para labrar la tierra, transporte, etc. El mismo Almirante tuvo que fletar 14 yeguas en su tercer viaje.

Con el paso del tiempo comenzó a demostrarse que la caballada no podía progresar con el monopolio real. Pero como el sistema de factoría tenía tantos costes, la Corona no tardó en dar entrada a la iniciativa privada. De hecho, ya en la flota que mandaba Ovando en 1501 se fletaron 59 équidos, de los que por lo menos 49 fueron transportados por particulares. Los reyes sólo enviaron diez padrillos para la mejora de la yeguada real. Sin embargo, el monopolio comercial continuaba aún. En 1503 se dio licencia al trasvase a los vecinos de la Española que quisiesen llevar yeguas para su uso personal. Por primera vez, los pobladores que lo deseasen tendrían la posibilidad de disponer de caballos para sus desplazamientos por la geografía isleña, realización de distintos trabajos, deseos y necesidades sociales de lujo, etc.

La demanda creció tanto que en 1504 se permitió el libre comercio con posibilidades lucrativas. Como consecuencia de esta medida y del descubrimiento de minas de oro, entre esta fecha y 1507 se produjo un verdadero aluvión de bestias andaluzas hacia Santo Domingo. Hombres como Rodrigo de Bastidas, Miguel Díaz de Aux, Martín de Gamboa, etc., comenzaron a invertir los capitales que obtenían en la minería en compras caballares. Por su parte, otros comerciantes sevillanos como Rodrigo Martín, Luis Fernández, Fernado Díaz de Santa Cruz e incluso genoveses como Jacome de Rivero, etc., se animaban a participar en una actividad que garantizaba porcentajes de ganancias superiores al 200%.

La transportación fue tan importante y abundante que en 1507 el Rey Católico tuvo que prohibir la exportación de más animales. La última remesa legal partió en Diciembre de este año con 106 yeguas pero, en contra de lo que se ha venido pensando, el vedamiento no fue sino un control burocrático. En adelante, la Corona otorgó licencias y permisos para el traslado de yeguas y caballos, aunque los beneficiarios fueron, como se evidencia en la flota de Diego Colón, los oficiales reales y aquéllos que mantenían vínculos amistosos con la Casa Real. Otros, por el contrario, prefirieron el riesgo del contrabando.

Limitado el aporte andaluz, La Española se convirtió en el centro abastecedor de todas las expediciones de Conquista: Hojeda, Nicuesa, Ponce de León, Juan de Esquivel, Diego Velázquez, etc.,

iniciaron un comercio caballar hacia todo el ámbito caribeño regulado desde Santo Domingo y controlado por la clase dirigente de la isla.
El volumen de este tráfico lo hemos podido determinar para el caso de Puerto Rico, durante el periodo 1512-1517, y queda reflejado en la evolución de los precios. Entre 1512 y 1513, todos los ejemplares rondaban los 60 pesos, mientras que con posterioridad a 1514, los valores se reducían a cifras que oscilaban entre los 40-45 castellanos. A partir de 1516 y hasta que finalizan las exportaciones en 1517, la cuantía de los animales no sobrepasaba los 30 pesos, siendo corriente una tasación de 20 castellanos. Los sueldos de la época oscilaban entre 11-12 pesos, los más bajos, y 60-90 castellanos que percibían los miembros de la Administración.

Casi cuando estaban desapareciendo los mercados antillanos surgieron nuevas expectativas en tierra firme. Los españoles que habían quedado de la gran expedición de Pedrarias Dávila, a la vez que hacían correr la fama del oro, necesitaban caballos para las "entradas", demandas que eran complacidas desde La Española. En esta isla la reproducción de la caballada había llegado a tal grado que, ya en 1516, incluso exportaban a la península algunos buenos ejemplares.

Con posterioridad, en la década de 1520, las caballadas ya se habían extendido por todas las islas del Caribe. Junto a La Española, aparecieron nuevos productores en Puerto Rico, Cuba y Jamaica. Estas islas se configuraron como las plataformas o centros reguladores de todo el proceso de conquista. Pero sin duda alguna, el lugar que mayor relieve tuvo en organización y pertrechamiento de las huestes fue el puerto de Santo Domingo.
La importancia y protagonismo de esta ciudad tenía su origen en la confluencia de varios factores. Además de ser el destino de todas las flotas que partían de Sevilla, su situación geográfica privilegiada atraía -para abastecerse- a todas las expediciones que se dirigían al continente.
La ciudad contaba con la mayor red comercial que hasta la fecha se había establecido en América, abundancia de capitales, barcos, hombres, caballos y alimentos para complementar a las huestes. Además, la única Audiencia que había en el Nuevo Mundo radicaba en ella y este era el organismo que regulaba los aspectos legales del proceso de conquista.

El negocio de venta de caballos fue tan próspero que en 1523 los oidores decidieron prohibir la saca de yeguas de las islas del Caribe. Tras tres años de veda, en septiembre de 1526, se reanudó un tráfico que llevó a las Antillas esclavos y oro a cambio de los caballos que necesitaban las huestes que operaban en el continente. Este capital y mano de obra fueron destinados, en buena parte, a la minería, en el caso cubano, y a la economía de la caña azucarera, en Puerto Rico y La Española.

En las décadas de 1530-1540 se observa el desplazamiento de los mercados y la aparición de nuevos centros abastecedores. Las regiones demandantes pasaron a ser Santa Marta, Cartagena, Cumaná, Veragua, Venezuela y Perú. En el caso de la vertiente pacífica, Nueva España, Guatemala y Nicaragua se sumaron al proveimiento de los hombres que siguieron a Pizarro y Almagro.

No son acertadas las versiones que estiman el transporte de caballos a Indias desde España, a pesar de lo concertado en algunas capitulaciones. Una expedición son los casos de las expediciones de D. Pedro de Mendoza y de Cabeza de Vaca, con destino al río de la Plata. En general, el aporte andaluz en estas fechas -y en la década anterior- se resumía a un envío pequeño, pero constante de padrillos y ejemplares muy selectos.
Estos animales eran exportados para la procreación, como regalos caprichosos o por la estimación personal del emigrante; sirvan de ejemplos el équido que, en 1543, llevó Ilián Suárez de Carvajal a Pizarro, los seis sementales que, en 1535, transportó el virrey D. Antonio de Mendoza a México o el caballo que fletó en 1539 el adelantado Pascual de Andagoya "para su servicio".
Al final de 1540 se puede decir que, en todas las zonas del Nuevo Mundo donde había españoles, se habían establecido caballos, siendo regulada la cría por los distintos Cabildos indianos. Estos vigilaban y defendían la raza mediante revisiones periódicas de los padrillos por veterinarios, prohibición de la monta de los potros hasta los dos años, etc.

FUENTE:
http://www.spanishhorses.com/articles/caballo.html

 

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