Por D. Justo L. del Río
Moreno
Licenciado en Historia y Doctor en
Historia de América.
Símbolo de prestigio, arma guerrera,
utensilio insustituible en el trabajo y medio de
transporte, el Caballo Español recorrió la Ruta del
Descubrimiento casi al mismo tiempo que Cristóbal Colón
la trazara. Más valioso que el propio oro, nuestro
caballo fue objeto de contrabando y especulación.
Así lo relata Justo del Río en este trabajo extraído
de su tesis "Inicios de la agricultura y la ganadería en
el Nuevo Mundo".
Los primeros caballos que llegaron a
América fueron trasbordados por Cristóbal Colón en su
segundo viaje. Antes de partir don Cristóbal, el 25 de
Septiembre de 1493, los Reyes Católicos escribieron a su
secretario Fernando de Zafra para que escogiese veinte
lanzas jinetas junto a cinco "dobladuras" hembras de
entre la gente de la Santa Hermandad que estaba en
Granada. Era costumbre entre los hombres de armas
cabalgar en caballos enteros, mientras que por
"dobladura" se entendía una montura de repuesto para el
caso de que cediese a la primera. Ahora bien, no fueron
estos los únicos équidos que salieron de Andalucía en
1493; entre las 1.500 personas embarcadas, algunos
llevaron sus propios animales. Andrés Bernáldez, cuya
relación con el Almirante fue muy directa, cita un total
de 24 caballos y 10 yeguas. Es decir, nueve ejemplares
serían aportados por algunos de los personajes más
importantes que acompañaron al Descubridor.
Con todo, los briosos corceles exhibidos en el
alarde de Sevilla fueron mutados por unos "pencos
matolones" que llegaron muy flacos y maltratados por el
viaje. Colón no tuvo más remedio que quejarse a los
monarcas del cambio que hicieron los
escuderos.
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Los equinos eran necesarios no sólo para la
defensa de la isla, también para el arado de la tierra y
el transporte de los materiales necesarios a las nuevas
construcciones. Por ello, con posterioridad, se
sucedieron los envíos. En el memorial dado en Arévalo a
Fonseca se incluían doce yeguas. Algo después, Colón
solicitó con Antonio Torres seis animales más, mientras
que Juan de Aguado transportaba siete yeguas procedentes
de Sevilla, Carmona e Hinojos.
Poco a poco, se fue
formando la primera yeguada americana. A pesar de ello,
los animales tuvieron que soportar múltiples problemas,
desde las enfermedades propias del trópico hasta el robo
ejecutado por el rebelde Roldán y sus secuaces.
Los
informes enviados a la Corte hacia 1496-1497 demostraban
que la finalidad esencial del mantenimiento de caballos
estaba cumplida, con los veinte ejemplares que había en
la isla se podía defender la colonia española de
cualquier atacante. Con todo, eran necesarios más
animales para labrar la tierra, transporte, etc. El
mismo Almirante tuvo que fletar 14 yeguas en su tercer
viaje.
Con el paso del tiempo comenzó a demostrarse que
la caballada no podía progresar con el monopolio real.
Pero como el sistema de factoría tenía tantos costes, la
Corona no tardó en dar entrada a la iniciativa privada.
De hecho, ya en la flota que mandaba Ovando en 1501 se
fletaron 59 équidos, de los que por lo menos 49 fueron
transportados por particulares. Los reyes sólo enviaron
diez padrillos para la mejora de la yeguada real. Sin
embargo, el monopolio comercial continuaba aún. En 1503
se dio licencia al trasvase a los vecinos de la Española
que quisiesen llevar yeguas para su uso personal. Por
primera vez, los pobladores que lo deseasen tendrían la
posibilidad de disponer de caballos para sus
desplazamientos por la geografía isleña, realización de
distintos trabajos, deseos y necesidades sociales de
lujo, etc.
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La demanda creció tanto que en 1504 se permitió
el libre comercio con posibilidades lucrativas. Como
consecuencia de esta medida y del descubrimiento de
minas de oro, entre esta fecha y 1507 se produjo un
verdadero aluvión de bestias andaluzas hacia Santo
Domingo. Hombres como Rodrigo de Bastidas, Miguel Díaz
de Aux, Martín de Gamboa, etc., comenzaron a invertir
los capitales que obtenían en la minería en compras
caballares. Por su parte, otros comerciantes sevillanos
como Rodrigo Martín, Luis Fernández, Fernado Díaz de
Santa Cruz e incluso genoveses como Jacome de Rivero,
etc., se animaban a participar en una actividad que
garantizaba porcentajes de ganancias superiores al
200%.
La transportación fue tan importante y
abundante que en 1507 el Rey Católico tuvo que prohibir
la exportación de más animales. La última remesa legal
partió en Diciembre de este año con 106 yeguas pero, en
contra de lo que se ha venido pensando, el vedamiento no
fue sino un control burocrático. En adelante, la Corona
otorgó licencias y permisos para el traslado de yeguas y
caballos, aunque los beneficiarios fueron, como se
evidencia en la flota de Diego Colón, los oficiales
reales y aquéllos que mantenían vínculos amistosos con
la Casa Real. Otros, por el contrario, prefirieron el
riesgo del contrabando.
Limitado el aporte andaluz, La Española se
convirtió en el centro abastecedor de todas las
expediciones de Conquista: Hojeda, Nicuesa, Ponce de
León, Juan de Esquivel, Diego Velázquez,
etc.,
iniciaron un comercio caballar hacia todo
el ámbito caribeño regulado desde Santo Domingo y
controlado por la clase dirigente de la isla.
El
volumen de este tráfico lo hemos podido determinar para
el caso de Puerto Rico, durante el periodo 1512-1517, y
queda reflejado en la evolución de los precios. Entre
1512 y 1513, todos los ejemplares rondaban los 60 pesos,
mientras que con posterioridad a 1514, los valores se
reducían a cifras que oscilaban entre los 40-45
castellanos. A partir de 1516 y hasta que finalizan las
exportaciones en 1517, la cuantía de los animales no
sobrepasaba los 30 pesos, siendo corriente una tasación
de 20 castellanos. Los sueldos de la época oscilaban
entre 11-12 pesos, los más bajos, y 60-90 castellanos
que percibían los miembros de la
Administración.
Casi cuando estaban desapareciendo los mercados
antillanos surgieron nuevas expectativas en tierra
firme. Los españoles que habían quedado de la gran
expedición de Pedrarias Dávila, a la vez que hacían
correr la fama del oro, necesitaban caballos para las
"entradas", demandas que eran complacidas desde La
Española. En esta isla la reproducción de la caballada
había llegado a tal grado que, ya en 1516, incluso
exportaban a la península algunos buenos
ejemplares.
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Con posterioridad, en la década de 1520, las
caballadas ya se habían extendido por todas las islas
del Caribe. Junto a La Española, aparecieron nuevos
productores en Puerto Rico, Cuba y Jamaica. Estas islas
se configuraron como las plataformas o centros
reguladores de todo el proceso de conquista. Pero sin
duda alguna, el lugar que mayor relieve tuvo en
organización y pertrechamiento de las huestes fue el
puerto de Santo Domingo.
La importancia y
protagonismo de esta ciudad tenía su origen en la
confluencia de varios factores. Además de ser el destino
de todas las flotas que partían de Sevilla, su situación
geográfica privilegiada atraía -para abastecerse- a
todas las expediciones que se dirigían al
continente.
La ciudad contaba con la mayor red
comercial que hasta la fecha se había establecido en
América, abundancia de capitales, barcos, hombres,
caballos y alimentos para complementar a las huestes.
Además, la única Audiencia que había en el Nuevo Mundo
radicaba en ella y este era el organismo que regulaba
los aspectos legales del proceso de
conquista.
El negocio de venta de caballos fue tan próspero
que en 1523 los oidores decidieron prohibir la saca de
yeguas de las islas del Caribe. Tras tres años de veda,
en septiembre de 1526, se reanudó un tráfico que llevó a
las Antillas esclavos y oro a cambio de los caballos que
necesitaban las huestes que operaban en el continente.
Este capital y mano de obra fueron destinados, en buena
parte, a la minería, en el caso cubano, y a la economía
de la caña azucarera, en Puerto Rico y La
Española.
En las décadas de 1530-1540 se observa el
desplazamiento de los mercados y la aparición de nuevos
centros abastecedores. Las regiones demandantes pasaron
a ser Santa Marta, Cartagena, Cumaná, Veragua, Venezuela
y Perú. En el caso de la vertiente pacífica, Nueva
España, Guatemala y Nicaragua se sumaron al proveimiento
de los hombres que siguieron a Pizarro y Almagro.
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No son acertadas las versiones que estiman el
transporte de caballos a Indias desde España, a pesar de
lo concertado en algunas capitulaciones. Una expedición
son los casos de las expediciones de D. Pedro de Mendoza
y de Cabeza de Vaca, con destino al río de la Plata. En
general, el aporte andaluz en estas fechas -y en la
década anterior- se resumía a un envío pequeño, pero
constante de padrillos y ejemplares muy selectos.
Estos animales eran exportados para la procreación,
como regalos caprichosos o por la estimación personal
del emigrante; sirvan de ejemplos el équido que, en
1543, llevó Ilián Suárez de Carvajal a Pizarro, los seis
sementales que, en 1535, transportó el virrey D. Antonio
de Mendoza a México o el caballo que fletó en 1539 el
adelantado Pascual de Andagoya "para su servicio".
Al
final de 1540 se puede decir que, en todas las zonas del
Nuevo Mundo donde había españoles, se habían establecido
caballos, siendo regulada la cría por los distintos
Cabildos indianos. Estos vigilaban y defendían la raza
mediante revisiones periódicas de los padrillos por
veterinarios, prohibición de la monta de los potros
hasta los dos años, etc.
FUENTE:
http://www.spanishhorses.com/articles/caballo.html